15-9-13
Es
cierto, más que en los libros, es en la música, en la danza, en los cantos que
nos reconocemos. Quienes perdimos los caminos volvemos por las imágenes que nos
devuelven la patria.
Y lloré
por tanto espíritu olvidado.
Igual
que el amor y respeto por mi acequia, por mi cerro tutelar, mi apu venerado,
así de grande es mi abominación a quienes me despojaron de mi ser, a quienes
todavía desgarran con sus zarpas desalmadas las entrañas de mi historia.
En los
rostros, en los ojos, en las arrugas queridas que testimonian los años de persistencia de permanecer al
lado del manantial que vivifica espíritus hallo mi fuente nutricia. Gracias,
madres, les debemos tanto los huérfanos, los desterrados, gracias por mantener
viva nuestra alma.
Es la
historia, pasada, pero también actual, de despojo, de destrucción e imposición
de extrañas deidades y absurdas mentalidades. El poder invasor derruyó ciudades
y templos. Sometió a la servidumbre a pueblos señoriales. Ahora, los
descendientes, los herederos del poder, continúan la expoliación con sus cantos
de sirena de un soñado desarrollo y el manoseado cuento de la democracia. Y así
siguen destruyendo pueblos y destinos.
Y el
gran imbécil dice que los indios son tristes. ¿Qué espera el gran imbécil?
¿Después de tanto despojo y destrucción?
Allí
están nuestros pueblos celebrando a los únicos dioses que los protegieron, a
los apus, a las cochas, a los ríos, a la grandiosa madre naturaleza. Gracias a
ellos se mantiene viva la esperanza de una vida feliz.
Pero la
ambición de los miserables que han vendido su alma por unos cuantos soles que
compran residencias lujosas y alimentan hasta el hartazgo su obesidad y sus
vicios insiste en destruir historia y destinos. Es necesario rechazar cantos de
sirena sobre emprendedores y serranos triunfadores (convertidos en nuevos
expoliadores) y volver a nuestros pueblos con amor a pagar deudas históricas.
Gracias,
amigo Corcuera, tu arte ha alcanzado inmensa dimensión humana.
Ricardo
I. Ráez R.
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