sábado, 17 de agosto de 2013

El derecho de hablar








Amargura 1                                    9-3-12


       Leo las entrevistas a Armando Villanueva en El Comercio, y a Gustavo Espinoza en Hildebrant en sus 13. Dos vidas concluidas, 97 y 70 años. Desde niños se dedicaron a la política. Alcanzaron el poder. Soy testigo de sus discursos, de su ópera en las calles, en el Congreso. Ahora veo que toda la mascarada no condujo a nada firme. Sus acciones se desvanecieron en la realidad más cruda y brutal que ahora vivimos y no aceptan su culpa. La culpa de haber manejado esperanzas, de haber traficado anhelos.

       ¡Ah, Cambalache! Cada vez, verdad inmortal.   

       Comunistas, apristas, vieja mermelada. Las pocas conquistas del pueblo fueron logradas por los cientos de muertos que quedaron en calles, ciudades y caminos. En todos los pueblos del mundo. El gran capital compra honras, inteligencia, y sigue prosperando a expensas de las enormes multitudes de pobres y miserables que cada día dejan pulmones, sangre e hijos, muchos hijos sin futuro, a no ser la cárcel o los hospitales.

       Todo se compra. Lo compra el que tiene dinero, según la cantidad se obtiene lo que se quiere. Desde el comerciante de la esquina, el profesional exitoso (es decir, el que se vende bien), los empresarios traficantes, las grandes empresas nacionales y transnacionales. Todos compran: mujeres, ostentación, salud, periodistas, políticos, seguridad. El poder es el dinero. Sí, mi querido Quevedo, poderoso caballero es don dinero. Con el dinero se compra intelectuales que desarrollan hermosas teorías, escritores lúcidos que afianzan el equilibrio del mundo, científicos privilegiados con su cociente intelectual que alientan la depredación de la naturaleza.

       Amargura. Seguiremos así por los siglos de los siglos.

       Sálvese quien pueda. La ópera continúa. La música seguirá removiendo, en solitarios cultores de arte, amores,  sentimientos y anhelos de felicidad, entonteciendo multitudes, congregando provincianos tercos en la música del terruño. La creación literaria seguirá produciendo historias para entretenimiento de quienes puedan comprar y leer. Pero ahora  los medios marcan la pauta. La televisión ofrece las modas en actitudes, pensamientos y lenguaje. El vedetismo incluirá periodistas y conductores de TV. Todo tiene su precio.

       En los años 60 la imagen del pequeño burgués, comodón, desinteresado de los problemas sociales, era la imagen del individuo despreciable, que tan solo vegeta. Nada más espantoso que llegar a serlo. En tanto los años pasaban y venía la familia. Y qué culpa tenían los hijos de la locura del padre de querer un mundo más justo. Y el “dulce encanto de la burguesía” contaminaba las convicciones. Y se iba perdiendo lo que se decía: “la autenticidad”.

       El peso de la realidad. Cambalache. Sobrevivir.

       Bueno, diremos, es la vida. Sin embargo, reclamo. Grité en las calles, marché en las huelgas. Qué dejaron los líderes. Discursos, organizaciones larvadas. Intelectuales de izquierda, respetables investigadores, pensadores que iluminaron el conocimiento de esta realidad nuestra. Y los otros figurantes, poseros, qué gusto por ser reconocidos, qué dicha recibir el premio a sus trabajos intelectuales en la fotografía del diario y ojalá en un segundo de la televisión. Qué dejaron. Morirán y se irán con la sonrisa de haber contribuido a la gran revolución peruana. Lo cierto es que pudieron sobrevivir con la divulgación de los libros leídos y repetidos. Y cuánto valioso se perdió en el camino. Sobrevivir. ¿No, señor Macera?

       En el camino, cuántas vacas sagradas, cuántas figuras construidas para el imaginario popular a punta de repetir: el maestro, el mejor alcalde, el mejor presidente. Nada más que la opereta de una historia mal escrita. La realidad está ante nuestros ojos: una ciudad caótica, con los altos índices de inseguridad y criminalidad; un país saqueado por mineras, con pueblos sin agua y desagüe, con niños muertos de frío en el invierno puneño, con pueblos con ríos y campos contaminados, aquí nomás en el Callao, con plomo en la sangre. Y la lista de miserias es interminable mientras los bien pagados periodistas leen con énfasis que estamos en el mejor de los mundos con nuestra macroeconomía al máximo.

       Desfilan en los medios de comunicación generales, ex ministros del interior, ex magistrados, para dictar recomendaciones sobre cómo solucionar los problemas del país y de la ciudad, problemas que ellos no pudieron solucionar. Son tan caradura, sinvergüenzas y cínicos.

       Cómo entender que el país sea el primer productor de cocaína en el mundo y no se toca a nadie, salvo uno que otro pequeño traficante. ¿No se dice que el narcotráfico corrompe policías, políticos, abogados, magistrados, periodistas, funcionarios públicos, gobernantes? ¿Y no se encuentra ninguno en el país? ¡En qué cárcel están?

       ¡Qué país, Cambalache!

       Y qué bonito es hablar de valores. Es necesario enseñar valores. Así como desde el púlpito, recemos para que el mundo sea bueno. Recemos. Enseñemos. En tanto, aquí en nuestra calle, nuestros muchachos, sobreviviendo si tienen los medios, o delinquiendo si no lo tienen.

       Es el poder, el poder del dinero. Lo compra todo. Nosotros no lo tenemos.       Sin embargo, todavía estamos aquí y tenemos el derecho a hablar.
      


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